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Literatura Fantastica

coaching literario

Coaching Literario

Tutorías de obras en progreso

Su denominación técnica de “Tutoría de obras en progreso” consiste en ofrecer un espacio que se dibuja desde una idea literaria y finaliza en libro de autoría propia.
En los procesos que he acompañado, sin formación ontológica, observé que los escritores noveles se miran a sí mismos en el reflejo de la propia voz y transitan el camino de colocarse en un lugar diferente, suben a lo alto de la colina de la vida y desde allí miran caminos alternativos.
Muchas veces al escribir posibilitamos identificaciones con los personajes que hace que la persona que lee encuentre un camino de transformación personal al finalizar la obra. Considero que un libro es una obra de arte cuando el lector también sale diferente a como entró en el texto.
Por ello digo y sostengo que escribir es un acto ontológico. El autor no es el mismo después de escribir un texto literario. Para ir un poco más al detalle de la hipótesis que me convoca diría que es una manera de entrar en los significados de las palabras que los han constituido hasta ese momento.  
¿Quién tiene el poder del discurso cuando se escribe?
El autor. Por diferentes creencias sociales suele considerarse que el poder arrastra una ética negativa o un lugar donde no es conveniente estar.  Pero hay muchos poderes casi como estrellas en el cielo y podemos pensar que una arista de ese poder es el que tenemos con nuestras propias vidas. Si omitimos ese aspecto nos degradamos y la dejamos a merced de los demás que, sí ejercen el poder, ahora sobre mí. Pero al escribir en la intimidad de un cuarto con llave, donde no entro más que yo y mi discurso, comienzo a ejercer un poder sobre la voz, la palabra y la obra.  
Se trata de la potestad de la verdad, aquella verdad que trasciende a la persona y que se encuentra en la absoluta quietud del ser, más allá de sí mismo, tejiendo significados que fluyen de los lugares más remotos de las verdades personales, familiares y universales.
Posiblemente los que escribimos deseamos la salvación del alma humana a través de la verdad que nace de la pluma. Verdad que en ocasiones es acallada por el sufrimiento y las limitaciones puestas por nosotros y los demás.  Con ese acto legitimamos la invocación de la verdad donde el autor emerge como un ser diferente, legítimo y autónomo. Allí descubrimos y sentimos que tenemos el poder de nuestra verdad sin restricciones ni ejercicio de verdades absolutas que coartan la libertad de expresión. 
El escritor se constituye como observador de su propia vida, de su propia verdad y de su cambio de paradigma. Por lo tanto, el poder no está afuera apuntándonos con el dedo, sino que está dentro del que escribe atravesado por un leguaje. 
El autor se pregunta… ¿Y por qué no? … y esa pregunta es una distinción lingüística. A medida que avanza el texto nos vamos encontrando con interrogantes que podemos contestar, y si hay respuesta se constituye la distinción. Sobre lo que no distinguimos no podemos preguntar, por lo tanto, no podemos escribir. 
Quien construye un verosímil para un personaje es porque ya tiene una distinción articulada en su campo lingüístico. Y construir distinciones nos posiciona en diferentes lugares como observador. 
El lenguaje es acción y por lo tanto fuente de poder. Nuestras distinciones nos constituyen en observadores diferentes y de acuerdo al tipo de observador que seamos nuestras posibilidades de acción serán distintas.  
Entonces puedo decir que al escribir construyendo un verosímil y el lector nos lee y cuando nos cree estamos ejerciendo “el poder de la palabra” imponiendo la propia. El que la cree acepta vivir nuestra fantasía. Acepta someterse a nuestra palabra escrita. 

Esteban Echeverría habla de “la narrativa” como tejidos lingüísticos interpretativos que procuran generar sentido y establecen relaciones entre las entidades (los personajes), las acciones (sus actos) y los eventos (sus acontecimientos) de su mundo de experiencias. Según el tipo de narrativas que sostenemos nuestras posibilidades de acción serán diferentes. Qué mejor lugar entonces para trabajar nuestro cambio de observador desde un lugar diferente particularmente cuando los eventos con los que se encuentran los personajes son absolutamente diferentes a nuestras realidades como persona. 

Un Sacerdote Comechingón Dijo:

Sabemos porque nuestros Dioses nos lo han dicho.  
Nos despiertan cada noche mientras las mujeres tiemblan en la madrugada.
El sol no entibia, las estrellas se esconden, las raíces se hunden en primavera.
Muchos de nosotros pereceremos, otros seremos llevados al hoyo de la tristeza y viviremos con la escarcha de la humedad en la nuca.
Por ello decidí que es tiempo de siembra, desde hoy somos viento que esparce semillas de saber, dejaremos nuestro susurro a cada planta, nuestras costumbres serán recordadas por la memoria de nuestras raíces.

Nos ocultaremos en cada grieta que encontremos, en la falla de la roca, en la corteza del chañar, en la línea que nos une con el sin tiempo y habitaremos en la eternidad.
Y latiremos en la sombra, será nuestro vibrar el que los despierte en la madrugada, nos buscarán en el eco infinito de lo “hoy dicho”, seremos invisibles a sus ojos y predecibles a sus almas.
Y así guardaremos nuestro mensaje y ganarán por un tiempo y nos doblegarán unos siglos y se morirán de viejos, unos se irán, otros mezclarán su sangre con la nuestra y llegará otro momento.
El de recordar, el de que cada planta regale su medicina, el de que cada estrella su pasión, el de que cada brisa su risa y surgirán las ceremonias, inspiraremos a quienes cuenten de nosotros, estaremos develando saber. 
Volverán los sueños cargados de mensajes, las intuiciones con luna, y volveremos a vivir sobre esta tierra, en ellos. Nos multiplicaremos, escribirán sobre nosotros y seremos más grandes que hoy.   
Así que hermanos a sembrar la invisibilidad, desde ahora, YA.
El sacerdote se bajó de la loma, 
entró a su casa circular, 
se sentó sobre la pared de piedra, 
sintió descalzo la humedad de la tierra 
y se mordió la uña del dedo índice.

María Inés Lanfranchi
 

Análisis

En relación a este texto y haciendo referencia a mi persona como autora, nunca estuve frente a un grupo de personas haciendo una arenga minutos antes de su derrota. No obstante, las palabras del Cacique Comechingón salieron de mí, ubicándome en un lugar diferente y enlazando al pueblo con sus ideales, que también son los míos. Mientras lo escribí y cada vez que lo leo soy un Cacique Comechingón. 
Cuando escribimos, el espacio de acciones posibles para ejercer el poder es universal. Tenemos todas las posibilidades de acción. Es un buen ejercicio para jugar con las universales oportunidades que tenemos en la vida. Y si consideramos que tenemos muchas posibilidades de acción nos volvemos más poderosos. Nos empoderamos en nuestra vida.
Otro aspecto de la escritura desde un punto de vista ontológico son las conversaciones de posibles acciones y conversaciones con nosotros mismos. Cuanto mayor sea el componente reflexivo de nuestras conversaciones mayor será la posibilidad de expandir lo posible, ahí reflexiono acerca de que un lector lee para vivir infinidad de experiencias. Puede ser un Vikingo, un Dios, un Sultán en medio de su Harén, una Amazona, una Dragona, una Hechicera, una Líder en batalla. Entonces quien escribe se empodera en cada una de las conversaciones que los personajes tienen consigo mismo, sus fortalezas y sus temores que en definitiva no son más que las fortalezas y los temores del escritor.  
Entonces el poder del lenguaje es el poder de nuestra narrativa.
La manera mas adecuada de oponerse al poder que rechazamos es precisamente jugando al poder. Una forma de oponerse al poder es reivindicando el ideal de la igualdad. Jugando con el espacio de posibilidades jugamos con el ejercicio del poder que tiene cada personaje. Personajes de nuestras propias vidas, personaje que tenemos dentro, junto con la inmensa posibilidad de acciones. 
Si además como escritores decidimos aprender sobre técnicas literarias, desarrollamos una capacidad discursiva, metafórica, que nos da herramientas para abordar nuevas formas de decir, avanzar por el terreno de la bruma de la ausencia de significado para encontrar que rápidamente disminuye la niebla y descubrimos nuevos campos lingüísticos para transitar. Decir de manera diferente nos hace transitar un camino de acciones diferentes. Echeverría dice que “el centro de gravedad del aprendizaje como estrategia de poder es la capacidad de acción de la persona en cuestión”.  En esta línea si el escritor desarrolla nuevas competencias literarias y lingüísticas el podrá poner a sus personajes en lugares más sutiles con un tejido de acciones posiblemente más sublimes. Esa red de poder que se transita repercute en una multiplicación de los campos de poder todos los que se topen con la obra.

¿Qué pasa con el lector?

Si hasta aquí he desarrollado el impacto ontológico que tiene el autor al escribir un libro, como espejo desarrollaré el impacto que tiene este mismo acto para un lector.
   Desde el otro lado de los libros aparece una persona que, sin saberlo, está dispuesto a una transformación ontológica. Quien lee literatura lo hace porque una vida no le alcanza, la suya es poco y busca vivir nuevas, desconocidas, de otros, de los personajes de la trama. “No le alcanza un amor, un patio, una profesión, ni una muerte … Quien lee quisiera morir en un campo de batalla, en una cama junto a sus seres amados, morir quizás diciendo una frase inolvidable. Pero particularmente morir y seguir viendo lo que ocurre” dijo oportunamente Liliana Bodoc. 
El recorte al que nuestra pertenencia cultural llamada realidad, o “su realidad” no es bastante para entenderse y menos para entender al otro. Esto es un acto ontológico invisibilizado, transparente, al que se somete el lector sin saberlo y el quiebre muchas veces lo produce la trama. Solo por la pasión que le genera leer. Desde este desarrollo teórico puedo decir que gran parte de la realidad humana y social es una construcción, un modo de organizar las percepciones y no un modelo preexistente. O sea, hay una transformación del ser implícita en la mera lectura de literatura.           
   En el género que me representa y que investigo para escribir, que es la “literatura fantástica” puedo agregar que su concepto de lo mágico y/o fantástico permite un abordaje de la realidad y un modo de comprender el mundo que enaltece a la especie humana porque habla de sus múltiples inteligencias y nos advierte que la razón no siempre alcanza, por lo tanto, sitúa al ser en un lugar absolutamente nuevo. “También somos hijos de la maravilla” Liliana Bodoc.  
   En esta línea quien lee literatura, quizás literatura fantástica, se le revela la existencia de otro orden posible, de culturas gigantescas e incomprensibles. Además, quiebra el juicio limitante de suponer que hay un único modo serio de conocer el mundo, ni un solo recorte aceptable de la realidad. 
Pensemos en Alicia y su País de las Maravillas:
“Alicia cae por un pozo, como por una búsqueda, y se encuentra enfrentada a un mundo que no comprende. Llega cargando su bagaje de practicidad, sentido común, pensamiento inductivo, racional, con su mundo de mandatos unívocos: esto es esto. Llega y se encuentra con personajes que, de un modo u otro, se plantean como Otros. Una otredad que atraviesa la lógica establecida, propone pensamientos alternativos y soluciones nuevas. Una otredad que problematiza el concepto de realidad, y resuelve de maneras distintas, inéditas.    
Alicia no es una divagación caótica, una explosión de sinsentido. Y muchísimo menos es el sueño de una niña, tal como lo escribió Lewis Carroll seguramente guiado por su época. Alicia es una metáfora eterna del ser humano ante la "tragedia" de la realidad. Una metáfora acerca de la necesidad humana de afrontar el tiempo, el amor, la muerte, la cordura con 
más herramientas que el puro sentido común y la racionalidad”. Liliana Bodoc.

Quienes leen literatura y quizás fantástica se ofrecen a mirar otra realidad porque la que habitamos, es una construcción recortada, es la cajita de la que tenemos que salir. Es un dibujo que no descarta la multiplicidad de dibujos que proponen otras realidades, y el dibujante no es nada más ni nada menos que el observador. Un cambio de observador de quien escribe propone un cambio de observador de quien lee.

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